Cada día me parecía como un tesoro, como algo inapreciable. Empecé a darme cuenta de ello y entonces me acostaba lleno de alegría y me levantaba más feliz todavía.
¡Cuán bueno hace al hombre la dicha! Parece que uno quisiera dar su corazón, su alegría. ¡Y la alegría es contagiosa!