Cualquiera que haya tenido el privilegio de dirigir una película sabe de lo que hablo: aunque pueda ser como intentar escribir Guerra y paz subido a un coche de choque en un parque de atracciones, cuando finalmente lo consigues, no hay placeres en esta vida que puedan igualar esa sensación.
Hay algo en la personalidad humana que se resiente a las cosas claras, e inversamente, algo que atrae a los rompecabezas, a los enigmas y a las alegorías.
Si puede ser escrito, o pensado, puede ser filmado.