Dios, el Señor, creó al hombre para el cielo, por esto los padres tienen la obligación de educar a los hijos para el cielo.
La vida es una partida de ajedrez y nunca sabe uno a ciencia cierta cuándo está ganando o perdiendo.
El valor de un hombre para su comunidad suele fijarse según cómo oriente su sensibilidad, su pensamiento y su acción hacia el reclamo de los otros.
El problema no es que sólo usemos el diez por ciento de nuestro cerebro, sino que no utilizamos ni el dos por ciento de las emociones de nuestro corazón.
La capacidad de atención del hombre es limitada y debe ser constantemente espoleada por la provocación.