Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
La dignidad no consiste en nuestros honores sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos.
Ante todo es necesario cuidar del alma si se quiere que la cabeza y el cuerpo funcionen correctamente.